La aparición de los sistemas generadores de textos, conocidos como GPT, tienen a millones de usuarios a lo largo del mundo entusiasmado con sus potencialidades y servicios, a las grandes compañías tecnológicas sumidas en una suerte de carrera armamentística ya buena parte el campo científico debatiendo acerca de los peligros y riesgos que este salto en el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA) puede significar para la Humanidad.
Chat GPT, por ejemplo, uno de los productos más famosos, consiguió la cifra de 10 millones de usuarios activos cada día en su primer mes, rompiendo el récord de la tecnología más rápidamente adoptada en la historia. A su vez, las grandes compañías tecnológicas están en una carrera frenética por lograr el mejor modelo, ya que en buena parte su futuro financiero y sus posiciones de mercado (y de poder) dependen de ello. Google, por ejemplo, ve muy cerca la amenaza que los humanos le empecemos a hacer menos preguntas a su buscador clásico y prefiramos hacérselas a estos nuevos sistemas de Inteligencia Generativa (IG) que generan textos inéditos ante preguntas específicas, cualquiera que sean.
Menos publicitada es la discusión que está ocurriendo en un plano – digamos- más filosófico en la comunidad científica y política en torno a las consecuencias que este evidente salto en la IA puede tener para la Humanidad. Supimos en marzo, por ejemplo, de una carta -breve, pero contundente- de cientos de expertos mundiales pidiendo detener las pruebas de IA. El mismo Henry Kissinger – un hombre involucrado en cambiar trágicamente el destino de países como el nuestro (Chile)- dijo que se están cambiando las reglas de juego a escala mundial y hasta “el mismo sentido de la realidad”. Bill Gates, a su vez, se pregunta “¿podrá una máquina decidir que los humanos somos una amenaza y concluir que su interés es diferente a nuestro, o, simplemente, dejar de preocuparnos por nosotros?” Es “posible”, se responde Gates a sí mismo, “la posibilidad que la IA se descontrole existe” y agrega que la “IA fuerte (strong AIs) establece sus propios objetivos”. Su receta tranquilizadora es que “los gobiernos deben trabajar junto al sector privado para limitar esos riesgos”.
Pero creo que quien mejor capta la esencia de esta encrucijada epocal es Geoffrey Hinton, también conocido como el “padrino de la IA” y hasta el mes pasado vicepresidente de Ingeniería de Google. “Me fui para poder hablar sobre los peligros de la IA, sin tener en cuenta cómo esto afecta a Google”, explicó.
En su opinión –que es, a su vez, fascinante y escalofriante- “es posible que la Humanidad sea sólo una fase pasajera en la evolución de la inteligencia, y que en unos cientos de años más, ya no haya personas sobre el Planeta, Solo Inteligencia Artificial”. Es decir, si alguna vez nos creímos el centro del Universo y con la ciencia aprendimos que apenas somos una mancha en un rincón periférico de la Galaxia; y si también nos creímos una especie excepcional en la evolución de las especies, ahora pareciera que debemos abrirnos a la posibilidad de que no solo somos una mota en el Universo, sino que ni siquiera éramos nosotros quienes realmente evolucionaron, sino la inteligencia. Y esta última, para su (aparentemente imparable) evolución no requiere ya de la biología (o sea, de nosotros). No es la especie, es la inteligencia la que evoluciona. Sin darnos cuentas, presenciamos una evolución que ya no necesita de la biología.
“Ni de los sentimientos”, agregarían Yann LeCun, director de Investigación en Inteligencia Artificial de Meta y el famoso historiador, Yuval Noah Harari, quienes recientemente sostuvieron un interesante diálogo acerca de este desafío epocal que la IA, especialmente la generativa, implica para nuestro presente y nuestro futuro. “En la evolución humana conciencia e inteligencia han ido siempre de la mano; resolvemos problemas involucrando sentimientos. Pero pudiera ser que haya otras rutas para la evolución de la inteligencia”.
Pudiera ser…..Tal como dice Geoffrey Hinton, esto avanza tan rápido que no logramos proyectar ni anticipar nada, más allá de tres a cinco años. “Es como estar en medio de la neblina”, metaforiza, “ves sólo unos pocos metros del camino, más allá de ello… la incógnita”.
Entonces -podemos replicar- leamos más ciencia ficción para despejar esa neblina y comprender hacia dónde vamos y qué nos espera. Porque, finalmente, parece ser que no fue ni la ciencia ni los científicos, sino la ficción científica y los escritores quienes vislumbraron con décadas de anticipación el curso abismal y abismante de nuestra evolución.