El mundo cambió para siempre el 16 de julio de 1945, en el campo militar de Arenas Blancas, en Alamogordo (Nuevo México). Ese día se detonó de manera experimental la primera bomba atómica, en la llamada Prueba Trinity. Fue la culminación del trabajo que desde 1942 se venía realizando en el llamado ‘Proyecto Manhattan’, dirigido por el brillante físico judío neoyorquino Robert Oppenheimer. Resultó todo un éxito y al mes siguiente los estadounidenses lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki dos bombas que bautizaron con los nombres, lamentablemente risueños, de Little Boy y Fat Man.
Desde entonces otras naciones se sumaron a la carrera nuclear y se cree que hoy nueve países poseen la bomba. Esos arsenales nucleares tienen la capacidad de destruir el mundo. Por eso las generaciones de la Guerra Fría vivieron angustiadas por el temor a un apocalipsis nuclear inminente e incluso se practicaron en las escuelas ensayos de emergencia al respecto. Dada la veta perversa que late siempre en la entraña del ser humano, supone una suerte de milagro que no se haya vuelto a producir un ataque nuclear desde agosto de 1945.
Más tarde, la humanidad se acostumbró a convivir con la bomba. No solemos acordarnos demasiado de ella. Pero la amenaza pende intacta. De hecho, ha crecido, al haber más países implicados, algunos de pésimas mañas y con dictadores egocéntricos al mando.
Si el miedo caló en el mundo en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, a mediados de este siglo volverá a suceder lo mismo, y de manera agravada. Los que probablemente ya estaremos criando malvas para entonces podemos sentirnos contentos de ahorrarnos lo que va a venir. Estamos a las puertas de cosas maravillosas, cierto: los avances de la medicina son ya asombrosos, las comunicaciones darán un salto, el entretenimiento virtual llevará el ocio a otra dimensión, los avances científicos conjurarán la amenaza climática y las hambrunas, vivir más de cien años será lo usual… Pero el reverso oscuro de los avances da miedo, mucho miedo.
Esta semana, en una conferencia científica en Boston, un equipo internacional dirigido por Magdalena Zernicka-Goetz, de la Universidad de Cambridge, ha anunciado que han creado en el laboratorio modelos de embriones humanos sintéticos. Proceden de células madre y no se han necesitado ni óvulos ni esperma. No supone -todavía- que se haya creado un ser humano de laboratorio, como bien ha aclarado el profesor Castells en una esclarecedora entrevista en El Debate. La directora del experimento lo explica con estas oscuras palabras: «Parece embriones. Tienen la estructura de tres dimensiones de los embriones. Pero no son embriones». Científicos israelíes afirman haber logrado algo similar. Para justificar estas investigaciones se alega que ayudarán a aclarar los abortos espontáneos en las primeras fases de la concepción.
¿Se pueden crear ya bebés de laboratorio? No. De hecho impera una regla internacional elimina esos embriones experimentales antes de 14 días. ¿Acabarán haciéndose? Sin duda, como acaba ocurriendo siempre con todo lo que se logra una vez en un laboratorio, pues al final siempre aparece alguien dispuesto a fumarse los protocolos éticos. Ese salto daría lugar a la creación de seres humanos sin partir de óvulos ni esperma, lo que generará debates de todo tipo, morales, científicos y hasta teológicos (¿qué pasa con el alma en esos embriones sintéticos?).
Pero habrá muchas más novedades. Máquinas de matar autónomas cada vez más letales, algo que ya ha comenzado con los drones en la guerra de Ucrania. Modificaciones genéticas para que los más poderosos puedan tener hijos más inteligentes y atractivos que los de los pobres, liquidando así la igualadora lotería de la cuna. Oleadas de personas pasando sin trabajo, porque la Inteligencia Artificial realizó sus labores mucho mejor que ellos (de abogados a médicos, por músicos, periodistas, analistas de bolsa…). Chat GPT es un gañán metepatas comparado con lo que tendrán sus sucesores en menos de cinco años.
Habrá masas de seres humanos adocenados en el mundo irreal del ocio virtual (y obnubilados por drogas de potencia inimaginable). Y hasta surgirá la posibilidad de que las máquinas acaben cobrando conciencia. Lo cual haría real la profética pesadilla del ordenador asesino HAL 9000 de la novela y película «2001, una odisea del espacio», con todo lo que ello implicaría. Tal vez incluso se acabaría la aventura del hombre, eliminada por las inteligencias artificiales, como están advirtiendo ya numerosos científicos y algunos plutócratas de las tecnologías punteras.
Resulta notable que toda esta novela a lo Huxley, que es ya el mundo inquietante en que vivimos, no existe en el debate político español, donde prefieren seguir hablando… de Franco y de rancias recetas comunistas que siempre han fallado estrepitosamente en todas partes. Curiosamente, o no tan curiosamente, existe una organización que sí medita sobre estos asuntos y defiende sin rendirse a la dignidad del ser humano en un mundo cambiante. Es un club que tiene más de dos mil años. Se llama Iglesia Católica.