El porte de armas y la posibilidad de dispararlas en defensa personal es un tema que se ha puesto sobre la mesa de los ecuatorianos desde hace semanas.
Consultamos a dos especialistas sobre este hecho, qué motiva esta nueva necesidad y qué responsabilidades debería estar dispuesto a asumir quien desee optar por tener una.
Estas fueron las respuestas de Glenda Pinto, psicóloga clínica, terapeuta cognitivo conductual, máster en TBE (Terapia Breve Estratégica).
¿Qué sentimientos o actitudes son comunes al sentirnos expuestos a la violencia?
Son muchos y todos de orden negativo. No es una situación normal o fácil de manejar y la sociedad está sometida a un estrés profundo. Estamos en una escalada de violencia nunca antes vista en el país y todo eso provoca que mucha gente pierda la esperanza. El haber sido víctima de violencia de cualquier índole deja huellas importantes en la psiquis de la persona. Y no ver una solución lleva la desesperación, aumenta los niveles de ansiedad, conflictos de depresión primero agudos y luego más profundos. No estamos frente a sentimientos que sean de fácil manejo y muchos van a requerir ayuda especializada.
Y frente a ese panorama, ¿por qué surge en algunos la necesidad de querer armarse?
Por la sensación de desesperación que se tiene, hasta cierto punto correcto, de que la fuerza pública parece ser insuficiente. Mucha gente que ha sido víctima de violencia se ha sentido terriblemente impotente de no poder hacer nada. Entonces todo eso ha llevado a la idea de que mejor con las armas que sin ellas (…) Es una medida polémica porque un arma siempre va a aludir a violencia, a una falsa seguridad, porque no sabemos cómo va a reaccionar la persona que tiene esa arma. Todo el mundo puede tener un arma y dispararla; no sabemos si lo hará correctamente.
¿Qué responsabilidad recae sobre mí si decido portar un arma o incluso gas pimienta?
El gas pimienta vendría a ser dentro del grupo de las armas para defensa personal como el más inocuo porque no voy a matar a nadie, aparentemente. Pero cualquier arma, incluso el gas pimienta, me obliga a mí como usuario a responsabilizarme de su uso. ¿Qué significa hacerme responsable? Tener la capacidad de responder ante las exigencias y las condiciones que me ponen para el uso de esa arma. Entonces, si quiero usar un gas pimienta, tengo que saber cómo usar y tener un entrenamiento. No es que lo compre porque tengo la capacidad economica, y listo.
¿Cómo sobrellevar la situación de que en mi hogar alguien decida tener un arma y yo no estoy de acuerdo?
Es dificil casa adentro lidiar con ello. ¿De qué podría hablar con los míos? De la letalidad del artefacto (…) porque de repente tengo un arma guardada pero alguien en mi casa está deprimido, triste o enojado y decide usarla. El hecho de que esa persona use mi arma no me deslinda de responsabilidad. Tengo que saber cómo cuidar de esa arma, dónde guardarla. Ningún hijo, por ejemplo, si es menor, debería tener autorización para utilizarla.
¿Por qué podría ser una falsa seguridad?
Si vamos al hecho de proteger mi hogar, parecería una medida falsa inteligente, pero es una creencia de seguridad, porque me hace pensar que ahora soy fuerte porque tengo un arma, porque puedo disparar. Pero incluso si se tratara de un tiro ‘al aire’, yo no puedo usar el arma como a mí me parece o como yo creo. El entrenamiento es básico, pero nada le garantiza que, en el momento de la acción, esta persona no vaya a disparar de una mala manera o hiera a alguien de su familia. No hay pruebas psicológicas que puedan asegurarlo, porque la prueba se toma cuando la persona está tranquila y eso es un estado de ánimo y un clima psicológico muy distinto al de cuando estoy siendo atacado o amenazado o me están robando. Ese es un estado psicologico distinto.
Hay gente que va a paralizarse completamente, no podrá actuar ni moverse, porque eso pasa con muchas personas cuando están en un estado de tan intenso estrés y otras, probablemente reaccionen de una manera rápida pero agresión y quizás sea un poco errática por la velocidad o el impulso.
¿Qué recursos emocionales deberíamos cultivar como alternativa o antes de recurrir a las armas?
Recomendaría buscar centros de adiestramiento de defensa personal; el que yo sepa defenderme físicamente de alguien que venga a atacarme va a dar un poco más de seguridad real a nivel personal. Por lo menos, no voy a permitir de buenas a primeras que alguien me falte. Y prepararme más, escuchar mucho más del tema de seguridad y de las estrategias y de las habilidades que tengo que desarrollar como persona. Si yo mantengo la serenidad incluso si tengo que utilizar un arma, va a ser mucho más probable que yo lo utilice bien, a que si yo estoy asustado con la misma arma en la mano.
Respeto por el ser humano
La deshumanización es más que lo que solíamos asociar con esta palabra, la indiferencia, un frío trato. Supone despojar a una persona o un grupo de sus características humanas y de sus derechos, algo que el psicólogo español Marrio Arrimada muestra como un proceso en cinco pasos en un artículo del portal Psicología y Mente.
1. La creación del miedo. El primer paso para que las personas estén dispuestas a romper con la ética es infundirles el miedo por sus vidas y la de sus familias, y señalar a un grupo como culpable.
2. La exclusión blanda. Conseguir que ese grupo, el chivo expiatorio, sea excluido de ciertas áreas de la sociedad.
3. Justificación documentada del miedo y la exclusión. El grupo de poder utiliza canales formales para ‘probar’ que la exclusión de los otros es para el bien de la sociedad.
4. La exclusión dura. Ahora que se ha ‘demostrado’ que cierto grupo causa los problemas, se les quitan sus derechos, para que no tengan voz ni voto en la sociedad.
5. El exterminio. Al perder sus derechos, el grupo excluido pasa a ser tratado como no humano. Arrimada trae a la mente los campos de concentración, guetos y prisiones masivas, y el exterminio.
Consultamos a la psicóloga clínica Liliam Cubillos, quien ahonda en la pregunta que muchos se hacen, ¿Hasta dónde vamos a llegar? Observando la teoría expuesta por Arrimada, dice que en Ecuador se viene desarrollando un proceso similar desde hace dos décadas, y que ha repuntado por la conmoción política. Aunque no es el único agravante.
“Esta pandemia emocional que hemos heredado, el encierro que tuvimos, la desconexión con el otro y con el entorno, nos obligó a mirarnos hacia adentro«, dado. Y no en sentido meditativo, sino para volvernos más egocéntricos.
Cubillos opina que todos los seres humanos tienen un cierto nivel de perversión, y lo que ahora nos sucede se activó en el encierro y la desconexión. “Nos hizo tocar las fibras más patológicas. Tuvimos tantas pérdidas y angustia de muerte. Fue una cárcel emocional. Y con el pasar de los meses salieron a flote muchos procesos depresivos y cuestionamientos. Entendimos que la vida es finita, que hoy estamos y mañana no sabemos”.
Y cuando pudimos salir, continuamos, quedamos con esa oscuridad y miedo muy presente. Unos listos para huir y otros para defenderse. “Pero el caldo de cultivo de esta deshumanización, hablando de Ecuador, está enraizado en una o dos décadas atrás”tiempo en el que “se sembraron semillas para la violencia”.
Entonces, ¿cómo crear espacios de salud mental para las familias y los menores de edad? Cubillos dice que la impresión general es que los padres, los directivos de colegios y los departamentos de consejería estudiantil (DECE) creen que con el marco legal actual no pueden hacer nada, y que han perdido el control y los límites. “¿Quién les da directrices en este momento que vivimos, con miedo y sin esperanza, porque los chicos salen y puede que no vuelvan?”.
El punto, dice, es tratar de crear células saludables de contacto entre padres e hijos. La psicóloga piensa en una red de padres de familia, los DECE, un contacto educativo de la policía; núcleos de reflexión donde intervinieron las iglesias, las universidades, los medios de comunicación, los ministerios, para las familias que quieren la posibilidad de criar a sus hijos con cierta inocencia y tranquilidad, “que puedan respirar algo de salud mental”.
El primer paso para deconstruir el proceso de deshumanización es combatir el miedo con herramientas a mayor escala que la psicoterapia individual o familiar. “Podemos hacer cosas maravillosas a nivel de terapia familiar, pero la gente no tiene los medios para sostenerla. El padre y la madre están muy debilitados, se sienten impotentes. Hay que fortalecer la maternidad y la paternidad; que no tengan miedo de llorar y corregir”.
Los padres, cree la psicóloga, tienen la misión de sensibilizar a sus hijos hacia valores humanos esenciales que pueden sostenerse en “el avasallador repunte del desarrollo tecnológico y la robotización”, y hacia la fe (independiente de la tendencia religiosa), el compromiso por la defensa de los derechos humanos a todo nivel, “y hacia normas éticas y solidarias que asumir la nueva era”.